¡Javier Fesser agradece el Premio al Mejor Cortometraje FIBABC 2020!

     

     

    «El monstruo invisible», en efecto, es un monstruo, pero no es invisible. Lo que ocurre es que la mayor parte del tiempo no lo queremos ver. Por ello los hermanos Fesser, directores de la prodigiosa película que ha ganado el gran premio del Jurado FIBABC 2020, nos piden que no miremos a otro lado. Y nos cuentan los entresijos de este bello proyecto rodado en unos basureros de la isla de Mindanao (Filipinas).

    Les propongo un ejercicio de abstracción. Están en el jurado de un festival y tienen que valorar su cortometraje, que ya no sería suyo. ¿Sensaciones, impresiones tras ver la obra?

    —La primera sería la sorpresa de comprobar que la felicidad surge en los lugares más insospechados –comenta Guillermo–. El primer vistazo al basurero de Papandayan te lleva a los estereotipos: «pobre gente», «qué pena»… pero, enseguida, la mirada calmada de la cámara y, sobre todo, los registros del sonido, te regalan las risas de los niños corriendo con sus cometas entre la basura; detectan el burbujeo del agua en los pucheros que cuecen el arroz en las casitas desvencijadas… y te das cuenta de que en ese lugar hay vida. Hay esperanza. Está habitado por gente con sueños.

    ¿Cómo surgió la idea de filmaren ese basurero de Mindanao?

    —El primer objetivo era Asia –dice Javier–. «El monstruo invisible» nos lo planteamos como el final de una trilogía que había arrancado en África y continuado en América. El segundo era el hambre. Y, con la inestimable colaboración del equipo de Acción Contra el Hambre, llegamos en un primer viaje a la isla de Mindanao a conocer varios proyectos contra la desnutrición infantil y el hambre crónica, que se instala en comunidades, silenciosamente, generación tras generación. El descubrimiento del basurero de Papandayan fue el momentoen el que Guillermo, Luis Manso –productor del corto– y yo dijimos: ¡aquí hay película!

    —Se supone que el hambre debería haberse erradicado a principios del XXI y aquí seguimos –añade Guillermo–. La pregunta es: ¿qué estamos haciendo mal? El reto era ofrecer una aproximación distinta de la gente que la padece para mostrar que, aparte de una asistencia alimentaria, el hambre se erradica atendiendo otras necesidades, como el acceso al agua corriente o el derecho a un trato digno. En Papandayan sufren un hambre que no se ve a simple vista, el monstruo invisible lo llevan dentro, y eso nos ayudó a mostrar otros aspectos de la vida cotidiana de los protagonistas para que los espectadores se encariñasen con ellos y luego fueran ellos, y no la película, quienes se hicieran la pregunta: ¿cómo es posible que estos niños tan encantadores puedan pasar hambre?

    La historia, pese a ser dura, está llena de alegría.

    —Las sonrisas que aparecen en la película son imposibles de interpretar –asegura Javier–. Aunque está articulada como una ficción, recoge con gran precisión el espíritu de esta irrepetible comunidad. Nosotros nos enamoramos de ellos. La película es un homenaje a su lucha por vivir.

    ¿Qué supone para el corto haber obtenido en FIBABC el premio a la mejor obra de esta edición?

    —Supone que la película –dice Guillermo–, de repente, está avalada por un sello de gran prestigio que va a hacer que más gente, especialmente profesores de colegios, la seleccionen para proyectarla. Necesitamos que se vea. Está ideada para que se proyecte en las escuelas y que las niñas y niños de hoy debatan con sus profesores y con expertos de Acción Contra el Hambre sobre el hambre y se conviertan, ojalá, en la generación que termine mañana con la hambruna en el mundo.

    ¿Y cómo valoran el premio al Mejor Actor que ha conseguido el niño Aminodin Munder?

    —El premio a Aminodin –continúa Guillermo– me produce una emoción muy difícil de explicar con palabras. Yo quise ser periodista para poderle dar voz a los que no la tienen y nada puede hacerme más feliz que ver que un chaval en el que nunca se ha fijado nadie, y cuya vida estaba predestinada para no llamarle nunca a nadie la atención, reciba el aplauso, el cariño y el reconocimiento del jurado del FIBABC.

    ¿Qué anécdotas nos pueden contar del rodaje?

    —El calzado que la mayoría de la gente usa son chanclas –contesta Guillermo– y se las quitan antes de entrar en sus casas. Recuerdo que me llamaba la atención, cuando íbamos invitados a alguna casa, ver que ellos entraban de espaldas… hasta que caí en la cuenta de que lo hacen para dejar las chanclas apuntando en la dirección de salida; de tal manera que, cuando salen con prisa de casa, se las llevan puestas sin esfuerzo.

    Cuando empezamos a rodar –añade Javier– creíamos que los niños buscaban en la basura objetos para reciclar. Fue el primer día, con la cámara rodando y nosotros dando instrucciones al operador, cuando vimos por primera vez a los niños rebuscar entre la basura en busca de alimento y llevárselo a la boca. Fue un verdadero shock descubrir que desayunan, comen, cenan, se visten y encuentran sus juguetes entre los desechos que llegan diariamente de la ciudad.